sábado, 26 de septiembre de 2009

Caravan road


Esto no es un simple artículo, sino más bien una crónica de viajes, cual periplo hemingweiniano de las costas andaluzas, lugares de recreo y entretenimiento, disfrute familiar elevado al más alto estándar pueblerino, por así decir, al movimiento característico que conforma el estilo de vida estival de centenares de personas.
Una crónica a título personal de vivencias, un forzado voyeur tratante de absurdos comentarios y fantásticas leyendas de apasionantes y cargadas de lujos vidas anónimas. Colete, Coleta, Moi o Andrés, un seriado de personajes a cual más variopinto y orondo, concurso de bellezas barrigudas y peludas en busca de la felicidad más absurda, codo en barra y cerveza en mano, ¡qué asco de cerveza que no es Cruzcampo!, con sus malqueridas esposas y decenas de hijos cuya jerga más usada podría tratarse del más extenso diccionario de palabras malsonantes y rimbombantes construcciones gramaticales.
Estas observaciones tratan de la convivencia de familias de clase media-baja que deciden comprar una caravana, de estas que en los films estodounienses se usan para recorrer el país de punta a punta y vivir sorprendentes aventuras, pero con un fin totalmente opuesto. Modo de uso: compras este mastodonte sobre ruedas, a ser posible de segunda mano, lo desplazas hasta este paradisíaco lugar y lo dejas aparcado, a ser posible a pie de calzada (es el modo de demostrar a los demás cuál volumen de riquezas posees), compras una pequeña cocina, a modo de apósito a la autocaravana, eso sí, debe poseer unos grandes ventanales que muestren la lujosa vajilla y demás utensilios de cocina, y con unos cuantos avances más puedes construir varios apartamentos, salón comedor con una gran mesa de plástico y varias sillas, debes tener guardadas sillas de más para las frecuentes visitas vecinales, y con un suelo de fieltro o malla tendrás los más exquisitos mármoles griegos. Muy importante, construye tu propio jardín con macetas de helechos y gitanillas, un toque de color no vendrá mal para que tu lujoso chalet luzca por encima de los demás. También es importante llevar contigo la fauna autóctona de souvenir y mercadillos ambulantes, perros cursis y repeinados, periquitos y canarios en ostentosas jaulas colgadas en el centro del gran recibidor, o la pecera del niño con esa infeliz carpa anaranjada colocada en una mesa auxiliar.
Si ya está listo el bricomontaje de tu mansión veraniega, da un paseo por la aldea, descubrirás parajes naturales dignos de una novela de Tolkien, con pequeños hobbits camuflados tras grandes cordones de oro y pendientes brillantes, enanas de camisón de franela o blusones característicos de gurús y adivinadores, zapatillas de andar por casa y opulentas gafas oscuras al más puro estilo estrella hollywoodiense; y esos gigantescos orcos que arrullan con sus bólidos tuneados que aprovechan la piscina para broncear sus cuerpos celulíticos y deformes.
Además la diversión está garantizada, un paseo por la playa, donde podrás comprar cerveza, cocacola, camaroneeeees, asentar tu sombrilla y disfrutar de una tarde de distendida charla, o presenciar en alguno de los rincones de esta aldea el melódico sonido de los coches atestados de altavoces, o las discusiones, siempre dialogantes, de los corrillos que se forman. Puedes participar en el campeonato de petanca, puesto al servicio de los más ilustrados habitantes, lugar propicio para coloquios y el aprendizaje de la vida, qué mejor escuela que la calle.
Inimaginable que existiera un lugar así, es increíble el esfuerzo que ha tomado la humanidad para ubicar a estos cuantos cazurros, palabra demasiado refinada para designarlos, en este pequeño museo viviente en el que Almodóvar encontraría guión para una serie de largometrajes.